domingo, 24 de junio de 2012

El sueño de Eros, mi sueño

La actualización de la semana!!!!
Lo sé, lo sé, ya iba siendo hora. Sorry :)
Hoy os traigo un nuevo relato corto que se titula El sueño de Eros, mi sueño.
Espero que os guste :)

El Sueño de Eros, mi Sueño.

Perdido entre las brumas del mundo onírico lo vi, lo sentí, lo viví. En realidad, no existen palabras para describir lo que me ocurrió allí. Todo empezó cuando cerré los ojos. Simplemente, me morí en ese sueño. Mi cuerpo había desaparecido y era sólo mi alma la que vagaba sin rumbo fijo hasta que una serie de notas musicales desfilaron ante mi asombrada mirada, me rodearon como burlándose de mí y se marcharon riéndose al son de un leve compás.
Confundido, las seguí. ¿Dónde me encontraba? Casi temía encontrar una respuesta. ¿Es que me había caído por la madriguera para hacerle compañía a Alicia y al Sombrerero Loco?
Una serie de risas me distrajeron. Delante de mí se materializaron tres mujeres, una más bella que la anterior. Eran muy parecidas entre sí y llevaban puesta la misma clase de ropa, un peplo griego blanco. La primera se acercó a mí y me pasó un brazo por los hombros mientras que me levantaba la barbilla con una flauta y me hacía mirar al interior de sus amables ojos:
Óscar Esplá, ¿sabes quiénes somos? - sonrió. Debió de ser evidente que no tenía ni idea pero ella siguió sonriendo sin ofenderse. - Es la primera vez que nos ves aunque siempre hemos estado contigo...
Te vamos a hacer un regalo. - continuó una de las otras mujeres y vi cómo las notas musicales bailaban alegremente respondiendo al sonido de su voz.
¡Y qué sonido! Un momento, qué llevaba en los brazos, ¿un ganso? Ah, no, un cisne, ¿qué rayos hacía ella con un cisne?
La tercera habló mientras todas se separaban de mí y yo sentía la pérdida en mi corazón:
Afrodita desea que le hagas un favor. Quiere que compongas algo para su amado hijo ahora que se acerca el aniversario del compromiso que tiene con su mujer.
Yo asentí con la cabeza. ¿Qué más podía hacer?
Ellas sonrieron nuevamente y dijeron:
No te preocupes, no estarás solo. Te ayudaremos...
Pero desaparecieron sin que pudiera preguntarles nada más. De repente, todo se volvió borroso y una vorágine de viento, como una tormenta, me tragó lanzándome lejos de las brumas de los sueños a otro extraño lugar. Tuve que cerrar los ojos pues la sensación de mareo iba a acabar conmigo. Sin embargo, de la misma forma súbita en la que vino, se fue.
Escuché un lamento que me invitó a pestañear y vi a una mujer realmente hermosa sentada en el suelo separando semillas. Por sus mejillas caían lágrimas como piedras cristalinas y a su alrededor danzaban las notas musicales, gráciles como el viento. Por cada emoción de aquella mujer, surgía una nueva nota que yo me esforzaba por memorizar y comprender. ¿Qué estaba viendo? ¿Por qué se me estaba mostrando aquella imagen? No lo terminaba de comprender pero tampoco tenía a quién preguntar.
La mujer alzó la cabeza al cielo y murmuró quedamente:
No me rendiré, ¿me oyes? Por él, no lo haré. – y los violines se alzaron como ningún otro instrumento haciéndonos partícipes al resto de la determinación que había en esas palabras.
A mi lado se apareció la mujer de la flauta, con los ojos brillando de comprensión y, tal vez, con un poco de envidia.
¿Lo has entendido?
No del todo. – repuse ya que era la simple y llana verdad.
No te preocupes, lo harás.
La imagen se desvaneció nuevamente y fue enviado a una nueva escena. Esta vez, la hermosa mujer de antes, aunque con el vestido bastante más andrajoso, iba de un árbol a otro recuperando lo que parecía ser una serie de hebras de oro. Las notas la rodearon haciendo patente su aflicción así como su concentración en la tarea encomendada. Una grácil balada de piano la acompañaba en su deber, las notas fluía de la misma forma en que lo hacían sus movimientos. Yo casi los podía sentir a través de la música.
La mujer de la flauta me preguntó:
¿Tienes lo que necesitas?
Sí. – respondí sin pensarlo pues era cierto.
Y en cuanto esta palabra hubo abandonado mi insensata boca, la imagen se desvaneció y resonaron en el aire los tambores y los timbales, anunciando que un gran peligro acuciaba. Miré a mi alrededor asustado, la música era espesa y sombría, me daba miedo lo que me podría encontrar. Escuché un grito; dolor, pena, horror, todo ello transmitido por las notas que vibraban y temblaban a mi alrededor para que pudiera verlas completamente llenas de pánico.
¡Pero qué está haciendo! – exclamé sin poder evitarlo.
La mujer de las dos tareas anteriores estaba realizando una tercera mucho más peligrosa que la anterior. Estaba llenando dos cántaros de agua cerca de donde dormía un peligroso dragón. Las palabras que me hablaban se entrelazaban con la música para explicarme exactamente lo que estaba sucediendo. No había nombres ni lugares específicos, sólo había amor, arrepentimiento y, nuevamente, determinación.
De repente, se apareció a mi lado la mujer que llevaba el cisne en brazos y me dijo:
Aún tienes que ver una última escena.
Creo que palidecí o puede que mi piel adquiriera un tinte verduzco porque ella se apartó dos pasos de mí en cuanto salieron esas palabras de su boca.
Vamos.
Yo, simplemente, asentí y me dejé llevar como venía haciendo durante todo el viaje.
El último lugar al que me enviaron estaba envuelto en las tinieblas del misterio, los violines habían bajado una octava y la canción era susurrante e invitadora como quien está contando un secreto que no debe ser dicho en voz alta.
La mujer estaba hablando con otra hermosa dama vestida con un corsé sugerente y unas faldas largas de color rojo y negro, sus mechones dorados resplandecían como el sol y su piel haría llorar de envidia a la más nívea porcelana. Para rematar el conjunto, una extraña corona engarzada proclamaba que era alguna clase de reina.
Y lo es. – respondió la última de las mujeres que faltaba por aparecer. – Perséfone. – Indicó.
Perséfone le entregó un cofre de madera de ébano a la mujer que había realizado las anteriores tareas y le advirtió que por nada del mundo lo abriera. Al llegar a la superficie, la curiosidad de la muchacha pudo más que la orden de la reina o su sentido común y en cuanto echó un vistazo a su interior… los tambores resonaron y los timbales gritaron que algo terrible estaba a punto de suceder; un sueño, aunque no tengo ni idea de cómo sé que era un sueño puesto que no tenía una imagen determinada, se instaló en la mujer y cayó desmayada…
El sueño eterno. – dijo la voz femenina a mi lado.
Antes de que pudiera pensar en qué contestar, un hombre, no, un dios, descendió de los cielos llorando y al llegar al lado de la mujer dormida susurró:
Amada mía, ¿qué has hecho? – y besándola tiernamente en la frente, continuó. – Te perdono. Regresa conmigo, mi amor. Regresa y estaremos siempre juntos.
Cuando la mujer abrió los ojos, algo dentro de mí hizo una especie de “clic” y lo entendí.
Desperté de nuevo en mi cama.
Salté sobre mis pies sin perder tiempo. Tenía una misión. Por primera vez, las musas me habían hablado y, de verdad, Afrodita me había pedido un favor. Rememoré la aparición Calíope con su flauta y su sonrisa que me ayudaba en la creación de la poesía; los suaves gestos de Euterpe con el cisne entre los brazos que me dictaba el orden de las notas musicales, los inicios sencillos, el dolor, la traición, el arrepentimiento, la determinación y, en definitiva, el amor que sentían los protagonistas, el uno por el otro; y, por último, Clío, mi musa de los acontecimientos, la última en aparecer pero también la última en marcharse. Las tres me guiaron a través de la historia de Eros, de su amor por Psiqué y del de ella por él que la llevó a soportar lo indecible y triunfó. La historia en la que el Amor y el Alma se reunieron y estuvieron siempre juntos.
Un paseo por el sueño de Eros, sonreí; un paseo por mi sueño.

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