lunes, 24 de noviembre de 2014

La mafia de la abuelita

Buenas. Si es que después de tanto tiempo, no sé cómo no se me cae la cara de vergüenza. En fin, la universidad no deja mucho tiempo libre. No es porque no quiera. Para hacerme perdona, hoy vengo con un relato que hice como ejercicio de creación: La mafia de la abuelita.
Espero que os guste :)

(Como siempre, podéis descargarlo en la parte derecha del blog en la sección de relatos cortos)


La mafia de la abuelita
Os voy a contar una historia. De hecho, ya conocéis a los personajes. ¿Quién no ha oído hablar de Caperucita, la abuelita y el lobo? Si alguien levanta la mano; para su eterna vergüenza, será el único.
Sin embargo, este cuento es un poquito diferente a lo que estáis acostumbrados. Pero vamos a comenzar por el principio. Nunca sale nada bueno si se empieza la casa por el tejado.
Érase una vez (todos estos relatos tienen que empezar sí o sí por esa frase) una hermosa niña con los cabellos de oro y la voz de un jilguero (o eso se cree ella), que llevaba una caperuza roja adonde quiera que fuera y cuya abuela vivía en medio de un bosque frecuentado por lobos. Hasta aquí todo bien, ¿no? Ninguno se ha perdido, ¿verdad?
Un día, como todos los demás, se levantó, preparó la cesta y se encaminó a casa de la abuelita. Le gustaba madrugar y los pájaros siempre eran buena compañía. El tiempo, normalmente, se portaba y, a pesar de que tenía capucha, no la utilizaba. Cogió la bicicleta, regalo de sus padres en su último cumpleaños, respiró hondo y partió sin prisa alguna. Durante el trayecto, los animalitos se le acercaban, el viento jugaba con su pelo y el sol besaba su piel. En fin, lo típico de este tipo de historias.
No obstante y a diferencia del cuento normal; en éste, Caperu no se encuentra con el lobo de camino a casa de la abuelita, ni tampoco es la primera vez que la visita. A quien se topa es a uno de los vendedores que trabajan para la ricachona de la abu (que posee una pedazo de mansión en medio del bosque que ya quisiera Brat Pitt para ocultar sus trapos sucios), el conejo Usagi. Un nombre raro, lo sé, pero es el primero que se me ocurrió y me niego a llamar a nadie señor C. o señor U. Es estúpido.
Bueno, que estoy divagando.
La conversación no fue nada del otro mundo. Intercambiaron productos y saludos y cada uno se fue por su lado. Sin embargo, lo que ninguno se dio cuenta fue que les hicieron fotos por un tubo.
Sí, queridos lectores. Caperucita tenía un acosador. A que eso no aparece en el cuento del año de la pera, ¿eh?
En fin, la nena llegó a la casa de la abue sin percance reseñable. Se bajó de la bici con gracia y agilidad, cogió la cesta y la metió dentro:
—¡Abu, ya he llegado! gritó.
Bienvenida, cariño respondió la anciana a lo que Caperu frunció el ceño.
Abu, ¿te has acatarrado? Tienes la voz súper ronca.
Algo así, querida. Estoy en la cama. ¿Por qué no te acercas para que te vea?
Aquello se iba poniendo más extraño por momentos. La abuela nunca se iba a la cama antes de ver Comer y Pimplar, su programa favorito.
¿Abu? llevó la cesta con ella y la colocó a los pies del lecho—. ¡Qué resfriado más raro tienes!
—¿Por qué lo dices, querida?
—No, por nada, por nada.
—¿Me has traído lo que te he pedido?
—Sí.
—¿Y de dónde lo has sacado?
—¿De dónde va a ser? Me lo han dado mis padres. ¿Es que vas a empezar a chochear ahora? ¿Llamo al médico?
—Muy graciosa, queridita. ¿Cuánto has traído? Quiero empezar a procesarlo cuanto antes. El bosque se está quedando sin provisiones. El lagarto Juancho está fuera del negocio así que esta es nuestra oportunidad.
—¿Y cómo es eso? Hasta donde yo sé, todavía sigue operando desde la cárcel.
—Ya no. Lo descubrieron la semana pasada. Por eso digo que esta es nuestra oportunidad para quedarnos con las rutas de tráfico de flores que él tenía.
—¿No sería mejor dejar enfriar el rastro? Ahora mismo, estará todo demasiado vigilado. ¿Qué tal si nos expandimos hacia el sur? Tenemos al oso Yofli, Bambú, Wimie y la Biglet en nómina.
—Tal vez tengas razón. Bueno, enséñame lo que has traído.
Caperu cogió la cesta y se la acercó a su abuela. De nuevo, notó algo raro.
—Mercancía de primera calidad, por lo que veo.
—Como siempre —se quedó en silencio unos instantes antes de decir—. Oye, abuela.
—Dime, cariño.
—¿Cómo es que tienes las manos tan grandes?
—Es para coger mejor las cosas que me traes.
—Ahh, ¿y cómo es que tienes la nariz tan grande?
—Para oler mejor las flores. Un buen olfato es esencial para los que nos dedicamos a traficar con materiales exóticos, cariño.
—Ya, ¿y las orejas?
—Para oír por si viene la policía. Ya sabes que comerciar con flores es ilegal.
—Lo sé. Por eso tienes un pasadizo oculto en el armario que da a una pista de aterrizaje.
—Eso es. Larry tiene preparado el helicóptero por si acaso.
—¿Y cómo es que tienes los ojos tan grandes, abuelita?
—Para que no se me escape nada.
—¿Y la boca?
—¡Para gritar mejor: Caperucita Roja, quedas detenida por tráfico de flores!
El detective lobo se echó encima de la niña para atraparla. La iba a enchironar junto con toda su familia. La abuela llevaba el imperio de contrabando de flores más grande del bosque y les había costado más de dos años de investigaciones conseguir las pruebas suficientes. Con esta última confesión de la niña, lo tenían todo.
No obstante, la pequeña no fue tan fácil de atrapar como lo había sido la reumática de su abuela. Se escurrió por debajo de las piernas del detective, que estaba luchando por salir del antiguo camisón, y se escabulló rápidamente por el pasadizo secreto que la llevaba a la pista de aterrizaje. Allí, Larry estaba dormitando encima de los controles.
Caperu gritó y el piloto se despertó sobresaltado.
—¡La poli! ¡Despega!
La niña subió al aparato de un salto pero no pudo soltar el suspiro de alivio que creyó que daría una vez se hubiera montado. Una pistola con pinta de peligrosa le apuntó a la cabeza mientras otra señalaba insistentemente a Larry.
—Será mejor que apague el helicóptero habló con calma el compañero del detective lobo. La abuelita había cantado como un pajarito (y no precisamente como un jilguero) y había sido de lo más aleccionador.
Y así concluyó todo, amigos. Caperu fue arrestada. El lobo desmanteló la mafia de las flores de la abuelita y encarceló a todos los que trabajaban para ella. El escándalo recorrió todo el mundo de los Libros de Cuentos y la versión que nos llegó a nosotros se distorsionó en algún punto del camino. ¿Por qué fue así? Ni idea. Tal vez, el que lo tenía que retransmitir tenía fobia a los lobos, ¿quién sabe? Y como se debe acabar el cuento de alguna manera, solo queda una cosa por decir: Colorín, colorado, esta birria se ha acabado.