Buenas. Si es que después de tanto tiempo, no sé cómo no se me cae la cara de vergüenza. En fin, la universidad no deja mucho tiempo libre. No es porque no quiera. Para hacerme perdona, hoy vengo con un relato que hice como ejercicio de creación: La mafia de la abuelita.
Espero que os guste :)
(Como siempre, podéis descargarlo en la parte derecha del blog en la sección de relatos cortos)
La
mafia de la abuelita
Os voy a contar una historia. De
hecho, ya conocéis a los personajes. ¿Quién no ha oído hablar de Caperucita, la
abuelita y el lobo? Si alguien levanta la mano; para su eterna vergüenza, será el
único.
Sin embargo, este cuento es un
poquito diferente a lo que estáis acostumbrados. Pero vamos a comenzar por el
principio. Nunca sale nada bueno si se empieza la casa por el tejado.
Érase una vez (todos estos relatos tienen
que empezar sí o sí por esa frase) una hermosa niña con los cabellos de oro y
la voz de un jilguero (o eso se cree ella), que llevaba una caperuza roja
adonde quiera que fuera y cuya abuela vivía en medio de un bosque frecuentado
por lobos. Hasta aquí todo bien, ¿no? Ninguno se ha perdido, ¿verdad?
Un día, como todos los demás, se
levantó, preparó la cesta y se encaminó a casa de la abuelita. Le gustaba
madrugar y los pájaros siempre eran buena compañía. El tiempo, normalmente, se
portaba y, a pesar de que tenía capucha, no la utilizaba. Cogió la bicicleta,
regalo de sus padres en su último cumpleaños, respiró hondo y partió sin prisa
alguna. Durante el trayecto, los animalitos se le acercaban, el viento jugaba
con su pelo y el sol besaba su piel. En fin, lo típico de este tipo de
historias.
No obstante y a diferencia del
cuento normal; en éste, Caperu no se encuentra con el lobo de camino a casa de
la abuelita, ni tampoco es la primera vez que la visita. A quien se topa es a
uno de los vendedores que trabajan para la ricachona de la abu (que posee una
pedazo de mansión en medio del bosque que ya quisiera Brat Pitt para ocultar
sus trapos sucios), el conejo Usagi. Un nombre raro, lo sé, pero es el primero
que se me ocurrió y me niego a llamar a nadie señor C. o señor U. Es estúpido.
Bueno, que estoy divagando.
La conversación no fue nada del otro
mundo. Intercambiaron productos y saludos y cada uno se fue por su lado. Sin
embargo, lo que ninguno se dio cuenta fue que les hicieron fotos por un tubo.
Sí, queridos lectores. Caperucita
tenía un acosador. A que eso no aparece en el cuento del año de la pera, ¿eh?
En fin, la nena llegó a la casa de
la abue sin percance reseñable. Se bajó de la bici con gracia y agilidad, cogió
la cesta y la metió dentro:
—¡Abu, ya he llegado! —gritó.
—Bienvenida, cariño —respondió la anciana a lo que Caperu
frunció el ceño.
—Abu, ¿te has acatarrado? Tienes la
voz súper ronca.
—Algo así, querida. Estoy en la cama.
¿Por qué no te acercas para que te vea?
Aquello se iba poniendo más extraño
por momentos. La abuela nunca se iba a la cama antes de ver Comer y Pimplar, su programa favorito.
—¿Abu? —llevó la cesta con ella y la
colocó a los pies del lecho—. ¡Qué resfriado más raro tienes!
—¿Por
qué lo dices, querida?
—No,
por nada, por nada.
—¿Me
has traído lo que te he pedido?
—Sí.
—¿Y de
dónde lo has sacado?
—¿De
dónde va a ser? Me lo han dado mis padres. ¿Es que vas a empezar a chochear ahora?
¿Llamo al médico?
—Muy
graciosa, queridita. ¿Cuánto has traído? Quiero empezar a procesarlo cuanto
antes. El bosque se está quedando sin provisiones. El lagarto Juancho está
fuera del negocio así que esta es nuestra oportunidad.
—¿Y
cómo es eso? Hasta donde yo sé, todavía sigue operando desde la cárcel.
—Ya no.
Lo descubrieron la semana pasada. Por eso digo que esta es nuestra oportunidad
para quedarnos con las rutas de tráfico de flores que él tenía.
—¿No
sería mejor dejar enfriar el rastro? Ahora mismo, estará todo demasiado
vigilado. ¿Qué tal si nos expandimos hacia el sur? Tenemos al oso Yofli, Bambú,
Wimie y la Biglet en nómina.
—Tal vez
tengas razón. Bueno, enséñame lo que has traído.
Caperu
cogió la cesta y se la acercó a su abuela. De nuevo, notó algo raro.
—Mercancía
de primera calidad, por lo que veo.
—Como
siempre —se quedó en silencio unos instantes antes de decir—. Oye, abuela.
—Dime,
cariño.
—¿Cómo
es que tienes las manos tan grandes?
—Es
para coger mejor las cosas que me traes.
—Ahh,
¿y cómo es que tienes la nariz tan grande?
—Para
oler mejor las flores. Un buen olfato es esencial para los que nos dedicamos a
traficar con materiales exóticos, cariño.
—Ya, ¿y
las orejas?
—Para
oír por si viene la policía. Ya sabes que comerciar con flores es ilegal.
—Lo sé.
Por eso tienes un pasadizo oculto en el armario que da a una pista de
aterrizaje.
—Eso
es. Larry tiene preparado el helicóptero por si acaso.
—¿Y
cómo es que tienes los ojos tan grandes, abuelita?
—Para que
no se me escape nada.
—¿Y la
boca?
—¡Para
gritar mejor: Caperucita Roja, quedas detenida por tráfico de flores!
El
detective lobo se echó encima de la niña para atraparla. La iba a enchironar
junto con toda su familia. La abuela llevaba el imperio de contrabando de
flores más grande del bosque y les había costado más de dos años de
investigaciones conseguir las pruebas suficientes. Con esta última confesión de
la niña, lo tenían todo.
No
obstante, la pequeña no fue tan fácil de atrapar como lo había sido la
reumática de su abuela. Se escurrió por debajo de las piernas del detective,
que estaba luchando por salir del antiguo camisón, y se escabulló rápidamente
por el pasadizo secreto que la llevaba a la pista de aterrizaje. Allí, Larry
estaba dormitando encima de los controles.
Caperu
gritó y el piloto se despertó sobresaltado.
—¡La
poli! ¡Despega!
La niña
subió al aparato de un salto pero no pudo soltar el suspiro de alivio que creyó
que daría una vez se hubiera montado. Una pistola con pinta de peligrosa le
apuntó a la cabeza mientras otra señalaba insistentemente a Larry.
—Será
mejor que apague el helicóptero —habló
con calma el compañero del detective lobo. La abuelita había cantado como un
pajarito (y no precisamente como un jilguero) y había sido de lo más
aleccionador.
Y así
concluyó todo, amigos. Caperu fue arrestada. El lobo desmanteló la mafia de las
flores de la abuelita y encarceló a todos los que trabajaban para ella. El
escándalo recorrió todo el mundo de los Libros de Cuentos y la versión que nos
llegó a nosotros se distorsionó en algún punto del camino. ¿Por qué fue así? Ni
idea. Tal vez, el que lo tenía que retransmitir tenía fobia a los lobos, ¿quién
sabe? Y como se debe acabar el cuento de alguna manera, solo queda una cosa por
decir: Colorín, colorado, esta birria se ha acabado.
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