La actualización de la semana!!!!
Lo sé, lo sé, ya iba siendo hora. Sorry :)
Hoy os traigo un nuevo relato corto que se titula El sueño de Eros, mi sueño.
Espero que os guste :)
El Sueño de Eros, mi Sueño.
Perdido entre las brumas del
mundo onírico lo vi, lo sentí, lo viví. En realidad, no existen
palabras para describir lo que me ocurrió allí. Todo empezó cuando
cerré los ojos. Simplemente, me morí en ese sueño. Mi cuerpo había
desaparecido y era sólo mi alma la que vagaba sin rumbo fijo hasta
que una serie de notas musicales desfilaron ante mi asombrada mirada,
me rodearon como burlándose de mí y se marcharon riéndose al son
de un leve compás.
Confundido, las seguí. ¿Dónde
me encontraba? Casi temía encontrar una respuesta. ¿Es que me había
caído por la madriguera para hacerle compañía a Alicia y al
Sombrerero Loco?
Una serie de risas me
distrajeron. Delante de mí se materializaron tres mujeres, una más
bella que la anterior. Eran muy parecidas entre sí y llevaban puesta
la misma clase de ropa, un peplo griego blanco. La primera se acercó
a mí y me pasó un brazo por los hombros mientras que me levantaba
la barbilla con una flauta y me hacía mirar al interior de sus
amables ojos:
– Óscar Esplá, ¿sabes
quiénes somos? - sonrió. Debió de ser evidente que no tenía ni
idea pero ella siguió sonriendo sin ofenderse. - Es la primera vez
que nos ves aunque siempre hemos estado contigo...
– Te vamos a hacer un regalo.
- continuó una de las otras mujeres y vi cómo las notas musicales
bailaban alegremente respondiendo al sonido de su voz.
¡Y qué sonido! Un momento, qué
llevaba en los brazos, ¿un ganso? Ah, no, un cisne, ¿qué rayos
hacía ella con un cisne?
La tercera habló mientras todas
se separaban de mí y yo sentía la pérdida en mi corazón:
– Afrodita desea que le hagas
un favor. Quiere que compongas algo para su amado hijo ahora que se
acerca el aniversario del compromiso que tiene con su mujer.
Yo asentí con la cabeza. ¿Qué
más podía hacer?
Ellas sonrieron nuevamente y
dijeron:
– No te preocupes, no estarás
solo. Te ayudaremos...
Pero desaparecieron sin que
pudiera preguntarles nada más. De repente, todo se volvió borroso y
una vorágine de viento, como una tormenta, me tragó lanzándome
lejos de las brumas de los sueños a otro extraño lugar. Tuve que
cerrar los ojos pues la sensación de mareo iba a acabar conmigo. Sin
embargo, de la misma forma súbita en la que vino, se fue.
Escuché un lamento que me
invitó a pestañear y vi a una mujer realmente hermosa sentada en el
suelo separando semillas. Por sus mejillas caían lágrimas como
piedras cristalinas y a su alrededor danzaban las notas musicales,
gráciles como el viento. Por cada emoción de aquella mujer, surgía
una nueva nota que yo me esforzaba por memorizar y comprender. ¿Qué
estaba viendo? ¿Por qué se me estaba mostrando aquella imagen? No
lo terminaba de comprender pero tampoco tenía a quién preguntar.
La mujer alzó la cabeza al
cielo y murmuró quedamente:
– No me rendiré, ¿me oyes?
Por él, no lo haré. – y los violines se alzaron como ningún otro
instrumento haciéndonos partícipes al resto de la determinación
que había en esas palabras.
A mi lado se apareció la mujer
de la flauta, con los ojos brillando de comprensión y, tal vez, con
un poco de envidia.
– ¿Lo has entendido?
– No del todo. – repuse ya
que era la simple y llana verdad.
– No te preocupes, lo harás.
La imagen se desvaneció
nuevamente y fue enviado a una nueva escena. Esta vez, la hermosa
mujer de antes, aunque con el vestido bastante más andrajoso, iba de
un árbol a otro recuperando lo que parecía ser una serie de hebras
de oro. Las notas la rodearon haciendo patente su aflicción así
como su concentración en la tarea encomendada. Una grácil balada de
piano la acompañaba en su deber, las notas fluía de la misma forma
en que lo hacían sus movimientos. Yo casi los podía sentir a través
de la música.
La mujer de la flauta me
preguntó:
– ¿Tienes lo que necesitas?
– Sí. – respondí sin
pensarlo pues era cierto.
Y en cuanto esta palabra hubo
abandonado mi insensata boca, la imagen se desvaneció y resonaron en
el aire los tambores y los timbales, anunciando que un gran peligro
acuciaba. Miré a mi alrededor asustado, la música era espesa y
sombría, me daba miedo lo que me podría encontrar. Escuché un
grito; dolor, pena, horror, todo ello transmitido por las notas que
vibraban y temblaban a mi alrededor para que pudiera verlas
completamente llenas de pánico.
– ¡Pero qué está haciendo!
– exclamé sin poder evitarlo.
La mujer de las dos tareas
anteriores estaba realizando una tercera mucho más peligrosa que la
anterior. Estaba llenando dos cántaros de agua cerca de donde dormía
un peligroso dragón. Las palabras que me hablaban se entrelazaban
con la música para explicarme exactamente lo que estaba sucediendo.
No había nombres ni lugares específicos, sólo había amor,
arrepentimiento y, nuevamente, determinación.
De repente, se apareció a mi
lado la mujer que llevaba el cisne en brazos y me dijo:
– Aún tienes que ver una
última escena.
Creo que palidecí o puede que
mi piel adquiriera un tinte verduzco porque ella se apartó dos pasos
de mí en cuanto salieron esas palabras de su boca.
– Vamos.
Yo, simplemente, asentí y me
dejé llevar como venía haciendo durante todo el viaje.
El último lugar al que me
enviaron estaba envuelto en las tinieblas del misterio, los violines
habían bajado una octava y la canción era susurrante e invitadora
como quien está contando un secreto que no debe ser dicho en voz
alta.
La mujer estaba hablando con
otra hermosa dama vestida con un corsé sugerente y unas faldas
largas de color rojo y negro, sus mechones dorados resplandecían
como el sol y su piel haría llorar de envidia a la más nívea
porcelana. Para rematar el conjunto, una extraña corona engarzada
proclamaba que era alguna clase de reina.
– Y lo es. – respondió la
última de las mujeres que faltaba por aparecer. – Perséfone. –
Indicó.
Perséfone le entregó un cofre
de madera de ébano a la mujer que había realizado las anteriores
tareas y le advirtió que por nada del mundo lo abriera. Al llegar a
la superficie, la curiosidad de la muchacha pudo más que la orden de
la reina o su sentido común y en cuanto echó un vistazo a su
interior… los tambores resonaron y los timbales gritaron que algo
terrible estaba a punto de suceder; un sueño, aunque no tengo ni
idea de cómo sé que era un sueño puesto que no tenía una imagen
determinada, se instaló en la mujer y cayó desmayada…
– El sueño eterno. – dijo
la voz femenina a mi lado.
Antes de que pudiera pensar en
qué contestar, un hombre, no, un dios, descendió de los cielos
llorando y al llegar al lado de la mujer dormida susurró:
– Amada mía, ¿qué has
hecho? – y besándola tiernamente en la frente, continuó. – Te
perdono. Regresa conmigo, mi amor. Regresa y estaremos siempre
juntos.
Cuando la mujer abrió los ojos,
algo dentro de mí hizo una especie de “clic” y lo entendí.
Desperté de nuevo en mi cama.
Salté sobre mis pies sin perder
tiempo. Tenía una misión. Por primera vez, las musas me habían
hablado y, de verdad, Afrodita me había pedido un favor. Rememoré
la aparición Calíope con su flauta y su sonrisa que me ayudaba en
la creación de la poesía; los suaves gestos de Euterpe con el cisne
entre los brazos que me dictaba el orden de las notas musicales, los
inicios sencillos, el dolor, la traición, el arrepentimiento, la
determinación y, en definitiva, el amor que sentían los
protagonistas, el uno por el otro; y, por último, Clío, mi musa de
los acontecimientos, la última en aparecer pero también la última
en marcharse. Las tres me guiaron a través de la historia de Eros,
de su amor por Psiqué y del de ella por él que la llevó a soportar
lo indecible y triunfó. La historia en la que el Amor y el Alma se
reunieron y estuvieron siempre juntos.
Un paseo por el sueño de Eros,
sonreí; un paseo por mi sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario